Sonaba una campana en algún lugar, y la gente marchaba apurada
en todas direcciones, el tráfico era horrendo y en general la frescura de la
mañana se veía afectada por el constante exhalar químico del tráfico típico de
los días de semana en el centro de esta caótica ciudad, un hombre maduro, con
algunas canas en la cabeza, con fastidio en el rostro acomoda los diarios en un
estante metálico que en algún momento fue verde, pero que el tiempo ha
desgastado hasta dejarlo casi blanco, acostumbrado al ruido constante de las
bocinas en la esquina, no se inmuta ante nada, ni siquiera ante la muchacha
joven de vestido con motas que en ese momento estaciona su bicicleta verde agua
junto a él, un hombre más joven, con menos cansancio en el alma, diría que se
trata de una mujer muy bella, con los rizos castaños escapando debajo de ese
sombrero, pero este sujeto en particular ha pasado mucho tiempo en esa esquina y
ha visto muchas mujeres bellas, para él no es más que una muchacha joven con un
extraño sombrero, quizás en el fondo la sabe bella y se siente atraído por ella,
pero es un hombre práctico y sin siquiera sonreír le ofrece a la joven el
periódico del día de la fecha, con la reina del carnaval en su traje de fantasía
iluminando la portada, a un módico precio, y con un especial en la sección
cultural dedicado a la más reciente exposición de un pintor de cierto renombre
en el medio local.
La muchacha, en realidad no contemplaba al vendedor de diarios,
ni a los diarios, ella veía, una mancha en el estante, una mancha extraña, con
forma de mariposa y que a su criterio era de lo más adorable, y le recordaba esa
tarde en la que se aventuró a visitar el parque de las mariposas, y estaba
sumida en el ensueño de una tarde de primavera cuando la oferta comercial del
vendedor la regresó a esa mañana veraniega, con cierta torpeza sacó de su bolso
el dinero necesario y selló la transacción con un gracias, después de esta breve
interacción el universo volvió a moverse, un semáforo cambió de color, y la
muchacha en cuestión se unió al tráfico con su bicicleta bohemia , dos pedaleos
y un suspiro después llegó a su destino.
El destino, en el caso de Amelia, que así se llama la muchacha
de sombrero extravagante, tiene forma de una pequeña florería, que abrió hace
unos meses con ayuda de una tía y con el apoyo de sus amigos, su concepto es
vender ramilletes que dicen lo siento, una idea simple y efectiva por la
cantidad de clientes diarios, por ahora la hace feliz, le proporciona
estabilidad económica, y tiempo para trabajar en sus pinturas, es todo perfecto,
todo marcha acorde al plan, y Amelia sonríe, y prepara una taza de té negro, se
sienta detrás de su escritorio, y hojea el diario recién comprado, las noticias
cotidianas se repiten, la delincuencia aumenta, la economía al borde del
colapso, en oriente medio ha nacido un nuevo grupo extremista y en Japón
inventaron un robot que puede saltar la cuerda. Nada extraordinario, hasta que
en un giro de azar mientras busca el horóscopo para justificar la inversión
encuentra la página de sociales con una foto, una boda, dos sonrisas, muchos
invitados.
En el centro de todos él, y ella, a ella no la conoce, pero él,
el aún tiene el rostro del chico tímido que conoció esa noche de biblioteca hace
ya una década, lo recuerda de cuando eran casi unos niños que vagaban por las
calles de la ciudad sin saber dónde iban, lo recuerda de la noche en la que él
le robó un beso y ella le regaló una bofetada indignada, lo recuerda de los
atardeceres tomados de la mano, de las incontables cenas familiares, de las
clases de tango, del día que la dueña de Kiwi’s les cambió el menú para hacerlo
vegetariano, le recuerda y el recuerdo le duele tanto, eran tan distintos cuando
de rodillas se le ocurrió sacar ese anillo, y hablar de una casita con cerca
blanca, de niños, de un perro llamado Mondragón, recuerda aún sentirse
horrorizada con la idea, y aún la asusta un poco, se siente mal, y derrama
algunas lágrimas sobre un lirio, se sabe tonta y se siente miserable, pero el
día continúa, la vida también, enjuga las lágrimas e inhala sus penas en un
suspiro, es tarde, el pasado no se puede borrar, no vale la pena alterar el
presente y cuando se siente desfallecer el sonido del timbre la interrumpe, una
joven demasiado elegante para la hora y el lugar entra en la tienda, su plática
banal la distrae, la atiende de la mejor manera posible, y le agradece en
silencio por darle un pretexto para continuar.